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Jennifer Lawrence en Mátate, amor: maternidad, caos y una actuación que te deja sin aire

| Luis Coppiano | ,

Jennifer Lawrence está de regreso en pantalla grande con Mátate, amor, una película que llega con una energía distinta: más íntima, más animal, más cruda. No es una historia tradicional de maternidad, ni una cinta que busque explicarte lo que “debería” sentir una madre. Al contrario, es una inmersión en la mente de una mujer que se está transformando y no sabe si esa transformación es liberación o peligro.

La película, dirigida por Lynne Ramsay, nos lleva hasta un paisaje rural, donde Grace (Lawrence), su esposo (interpretado por Robert Pattinson) y su bebé intentan construir una vida nueva lejos de la ciudad. Lo que parecía tranquilidad se va convirtiendo en un laberinto emocional donde la casa se siente demasiado pequeña, el silencio pesa, y el cuerpo de Grace parece hablar más fuerte que sus palabras.

Una maternidad que no se había visto así

En Mátate, amor, la maternidad no es luz rosa, sonrisas y canciones de cuna. Es intensidad pura. Instinto. Dolor. Nostalgia del cuerpo propio. Grace ama, pero también quiere huir. Abraza, pero también quiere recuperar el espacio que perdió cuando dejó de ser solo ella.

Y aquí es donde Jennifer Lawrence brilla. No actúa: vibra. Su cuerpo se mueve como si algo interno la estuviera empujando. Es una actuación física, casi salvaje, que no necesita grandes discursos para sentirse real. Se nota que Lawrence acaba de vivir su propia experiencia de maternidad; ese “instinto animal” del que ella misma habla está presente en cada respiración de su personaje.

La casa como mente. La mente como casa.

La dirección de Lynne Ramsay no busca explicar ni juzgar. La cámara se mueve cerca, atrapada, como si el espectador también estuviera encerrado en ese mismo espacio mental. No hay escapes panorámicos ni respiros cinematográficos. Todo está contenido. Apretado. Vivo. La casa se convierte en un organismo lleno de puertas que no conducen a ningún lugar.

Y ese es justo el punto: Mátate, amor no se trata de entender, sino de sentir.

Robert Pattinson y Lawrence: intimidad sin exageraciones

La relación entre los personajes de Lawrence y Pattinson está construida desde una complicidad silenciosa. Dos personas que coexisten, pero cada una respira a su ritmo. Él es presencia distante; ella, volcán bajo la piel. Lo que ocurre entre ellos no necesita gritos ni explicaciones. Está allí, y se siente.

¿Por qué vale la pena verla?

Porque no intenta decirte cómo ser madre, cómo amar, cómo sentir, cómo “controlarte”. Es una película que no tiene miedo de mostrar que el amor también puede ser confuso, agotador y, a veces, oscuro.

Porque Jennifer Lawrence entrega una de sus mejores actuaciones.

Porque es cine que se mete debajo de la piel y se queda ahí un rato.

Y porque, sinceramente, no se parece a nada que hayas visto últimamente.

Mátate, amor ya está en los cines.
Si te gustan las historias que se sienten más que se explican, esta es para ti.
Luego nos cuentas qué te hizo sentir.

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